En el corazón de la caficultura salvadoreña, Ana María de López y su hija, Lushuana López, están escribiendo una historia de tradición y modernidad en Finca La Fortuna. Este rincón de tierra fértil, que respira café y familia, es testigo de cómo el amor por la caficultura se transmite de generación en generación, al mismo tiempo que se reinventa con las ideas frescas de la juventud.
Lushuana creció entre los surcos y las plantas de café, con el aroma de los granos verdes siendo parte de sus días. Desde pequeña, acompañaba a su madre en las labores del cafetal, absorbiendo cada enseñanza sobre la tierra, el cultivo y el esfuerzo que conlleva producir un café de calidad. Con los años, su pasión por el negocio familiar se fusionó con sus conocimientos académicos: al estudiar una carrera en finanzas, descubrió cómo potenciar el valor de su herencia cafetalera aplicando estrategias modernas al manejo de la finca.
La Finca La Fortuna se distingue por su compromiso con la sostenibilidad. Es 100% orgánica, un principio que ambas defienden con orgullo. Ana María asegura que cada paso del proceso, desde el cultivo hasta el secado del café, respeta a la tierra y a quienes la trabajan. Esta filosofía no solo les permite ofrecer un producto diferente, sino también honrar el legado de generaciones anteriores. “El café conecta nuestras raíces con nuestro presente, y queremos que también sea el puente hacia el futuro”, comenta Lushuana.
El trabajo en familia no solo fortalece su negocio, sino también sus lazos personales. “Cuando trabajamos juntas, compartimos más momentos y aprendemos una de la otra”, explica Ana María. Este trabajo conjunto ha sido la clave para que madre e hija encuentren un equilibrio entre las tradiciones del pasado y las innovaciones del presente. La filosofía de Ana María siempre ha sido clara: en la vida, hay que aprender de todo un poco. Este consejo ha inspirado a Lushuana a poner en práctica sus talentos y conocimientos en distintas áreas del negocio familiar, desde la administración financiera hasta la promoción de su marca.
Sin embargo, ambas reconocen un desafío que afecta a muchas familias cafetaleras: el desinterés de las nuevas generaciones por el trabajo en la tierra. “Hay un mundo de posibilidades por explorar en la caficultura, y es nuestro deber inspirar a otros a redescubrirlo”, dice Lushuana con determinación. Ellas ven en la caficultura no solo un trabajo, sino una conexión vital con la tierra que nos alimenta. Su participación en AMCES refleja su compromiso con este mensaje, así como su deseo de que esta tradición continúe en su familia.
La historia de Ana María también es un homenaje a su abuelo, quien también fue caficultor. Aunque los hijos de él decidieron vender su finca, Ana María mantuvo vivo el amor por la caficultura en su corazón. Hoy, ella y Lushuana luchan por preservar ese legado y transmitirlo a las futuras generaciones.
Finca La Fortuna es mucho más que un cafetal; es un sueño compartido, una lección de perseverancia y un recordatorio de que el relevo generacional no solo asegura la continuidad de un negocio, sino también de una pasión que enraíza y florece con cada grano de café.